No comprenderán que la manera de discrepar acerca de la ideología es infinitamente más correcta la que utilizamos nosotros desde la blogosfera: a veces tú no estas de acuerdo conmigo o yo contigo y a pesar de eso no somos enemigos.
Pienso también que habiendo otra comunidad autónoma con ansias independentistas como es Cataluña han conseguido más que el País Vasco sin necesidad de llegar a la violencia. Les va igual de bien, o incluso mejor. Mas aun, ya no tienen ni la fuerza que tienen antes cuando gobernaba el apestoso PNV, ya hay una mayoría de votantes, por coalición, no nacionalistas que dejan de lado la ideología tanto independentistas como, en mayor grado “abertzale”.

— Buenos días, agente. ¿Qué se le ofrece? — dijo, bajando el cristal de su ventanilla y tratando de esbozar una sonrisa.
— Buenos días — contestó el cabo, llevándose la mano derecha al kepis, displicente—. Documentación del vehículo y carnet de conducir.
— ¿Pasa algo, agente? — preguntó amable mientras le entregaba lo solicitado.
— En una curva anterior, a dos kilómetros, ha pasado usted a 74 kilómetros por hora, en vez de a 60, que era el máximo autorizado — contestó el cabo mientras sacaba de su bolsillo un cuaderno.
— Es posible, sí. La recuerdo: La señal estaba, como usted debe de saber, medio oculta por unos árboles. De todos modos, aunque no hubiera estado señalizada, ya había reducido yo la marcha. Son muchos años conduciendo, más de 25, y ya sé lo que es una posible curva peligrosa — peroró, mientras el cabo seguía escribiendo. De modo que continuó hablando en su descargo.

— Haga un escrito formal a la Autoridad para que cambien su criterio, si le parece. Pero ésa es la Ley—. Puntualizó el cabo con voz grave.
— Sí, lo sé. Igual que usted sabe que tengo razón, y que la señal debiera haber sido una recomendación, en vez de una prohibición. Las carreteras debieran señalizarse con recomendaciones, no con prohibiciones. Sepa que los españoles que circulamos por nuestras carreteras — quizás recalcó ese "nuestras" — tenemos un carnet de conducir que nos da criterio suficiente para decidir si una curva debe de tomarse así o asá — el cabo levantó la vista un momento. Pareció ir a decir algo. Luego siguió escribiendo —. Basta con que nos ayuden con una señal de aviso, si es que la carretera tiene tan mala traza que el Ministerio considera que la necesitamos.
En ese momento, el cabo pareció algo irritado. Y sin decir nada, rompió la hoja que estaba rellenando y empezó a redactar otra. El conductor sabía lo que significaba. Pero no supo callar a tiempo:
— Ustedes, agentes, están para ayudarnos, cosa que les agradecemos; y no para reprimirnos. Para eso es para lo que les pagamos cada mes el sueldo con que mantienen a sus familias, Dios las bendiga, mientras los demás trabajamos también de sol a sol en lo nuestro y pagamos impuestos... — El cabo terminó de escribir, cortó la hoja de sanción, pero no se la entregó al conductor aún. En vez de eso, dijo:
— Baje del vehículo y abra el maletero.
El conductor, algo amedrentado, abrió el desordenado portamaletas. Y después el agente le hizo mostrar la caja de de lámparas de recambio obligatoria, el triángulo de señalización de averías, el chaleco reflectante. Todo estaba en orden. Entonces le hizo sacar la rueda de recambio. Estaba realmente muy desgastada.
— Así no puede circular. Estacione el vehículo fuera del arcén, en ese descampado.
El conductor comprendió que toda resistencia moral era imposible:
— Pero si es el recambio, sólo para salir del paso... Y está bien de presión, que lo miro cada semana... — se atrevió a protestar aún, casi gimoteando, con la cara pálida como la de un muerto— Por favor, agente, no me inmovilice el vehículo. Lo necesito para trabajar. Sin él no llegaré a fin de mes, y tengo dos niñas... Mire usted —dijo, sacando una foto de su cartera—. Es mi ruina, ¿se da cuenta? Si le he parecido poco respetuoso con la Benemérita, no era ésa mi intención... Perdóneme, hombre —el conductor parecía deshecho—. Por favor...
El cabo lo miró severo, aunque un amago de sonrisa se adivinaba en la comisura de los labios.
— Está bien. Hoy me pilla usted de buenas. Pero la multa la paga, desde luego, y se le han caído tres puntos del carnet — dijo entregándole el papel sancionador—. Tendrá que trabajar mucho más, si no respeta las señales de tráfico, y sigue siendo usted un bocazas. Venga, recoja todo eso y siga. ¡Y cambie esa rueda de repuesto cuanto antes! ¿No ve que puede sufrir un accidente grave si se ve obligado a utilizarla?
— Buenos días — saludó el cabo, volviéndose hacia donde estaba su compañero.
— Buenos días — musitó el conductor, mientras el guardia civil se alejaba.Sacó el vehículo lentamente del arcén, guiado por el agente con el que no había hablado, muy joven y gallardo, que manoteaba con la izquierda, mientras con la palma de la mano derecha parecía dar el alto a algún vehículo a espaldas del conductor. Éste, de todas maneras, miró el retrovisor antes de salir, como es de razón. No vio venir a nadie. Arrancó y condujo con suavidad durante un par de kilómetros. Un sentimiento de vergüenza, de rabia interior, le hacía tragarse la bilis que la escena le había producido. Estaba a punto de echarse a llorar. Entonces, para quitarse la martilleante escena de la cabeza, puso la radio. En ella oyó la noticia:
— La banda mafiosa ETA acaba de asesinar a dos guardias civiles en Calviá, Mallorca. Los agentes de la Benemérita fallecieron instantáneamente al estallar una bomba lapa situada en los bajos de su todo terreno. Los artificieros también han hecho estallar una bomba lapa adosada a otro coche, junto al cuartel de la Benemérita de Calvià. En esta ocasión el objetivo ha sido...
Quizás fuera a causa del conflicto entre sus reflejos condicionados por décadas de propaganda estatal y sus deseos reptilianos más íntimos, pero el conductor no pensó nada. Nada en absoluto. Sólo siguió conduciendo.
F. UDIVARRI